Había una vez un niño que tenía todo el conocimiento del mundo. Un día estaba buscando la clave de la felicidad ya que él distaba de poseerla, tenía la teoría pero por más que quería aplicarla fallaba en el intento. Otro día conoció a una persona que nunca en su vida había abierto un libro, ni siquiera estaba seguro de si sabía leer, sin embargo reía y reía durante días enteros. Era alcohólico. Sin embargo reía. No le importaba lo que pasaba en el mundo. Solo quería seguir tomando y disfrutando de los placeres que la bebida y su buena suerte le ofrecían. Había heredado dinero por lo tanto no tenía nada de qué preocuparse. El niño con todo el conocimiento del mundo era una persona sana y responsable, veía los vicios como algo malo, muchos lo consideraban un genio sin embargo era pobre y tenía que vivir de lo que sus padres le daban semanalmente lo cual se lo gastaba en libros. Un día le pregunto a su amigo alcohólico cual era la clave de la felicidad a la cual este le contestó. Tomar como si no hubiera mañana. El niño con todo el conocimiento del mundo decidió intentar llevar a cabo aquel consejo que sonaría absurdo para muchas personas, y sobre todo para muchos padres. Se compró unas botellas de buen vino y se las llevo a su casa. Puso su mejor música y se sentó a beber como si no hubiera mañana. A la mañana siguiente sus padres lo encontraron muerto en la terraza. Se había olvidado que su estómago no estaba acostumbrado a ingerir sustancias dañinas. Estaba recostado en un mar de vomito y con una expresión de pánico. Su amigo alcohólico al estar borracho no le prestó atención a ésta anécdota y siguió tomando como de costumbre, celebrando como si no hubiera mañana. El niño con todo el conocimiento del mundo murió dejando en la mente de las personas tristeza ya que pensaban que se había suicidado.
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