nothingness (3)

Hoy, al salir de casa, el día me dio la bienvenida con una envolvente manta de aire. No había duda; noviembre había llegado prematuramente. Siempre he pensado en octubre como la antesala de noviembre, y es que todo cambia a estas alturas del año: el aire se vuelve portador de una sórdida quietud que pulula en el ambiente; hasta la luz se vuelve pasiva como si el sol se deprimiera; ya no es brillante sino nostálgica, opaca; color sepia que hace de los días fotografías viejas de tiempos que se han abismado, que no sucederán; y que aún así se encuentran (falsamente) latentes. Las mañanas recuerdan a las tardes, las tardes traen con ellas esperanzas que permanecen en el reino de lo paradigmático; que nunca se realizan. Sin embargo, ésta eterna vigilia acumula esperanzas que mantienen un sueño “vivo”, aunque velado por una realidad que nunca será tangible, abstraído. Aletargado.Quizá esto es lo que le otorga a noviembre -y su octubre heraldo, aunque en menor medida- ese misterio insondable, esa melancolía perpetua e inefable que sólo se siente, no se explica; porque no hay nada que explicar y sí mucho que sentir; sentir porque no realizar, por no existir; sentir por recordar, por recordar cosas que no han sucedido, por esperar cosas que no sucederán. Quizá es esto lo que le confiere a noviembre esos días mórbidamente abstractos y aburridos; tardes de pululante esperanza petrificada; muerta por analogía aunque no-viva en realidad; pero finalmente presente (ilusión)…Yo tengo la teoría de que los muertos regresan a nosotros en forma de memorias, o -más bien- de la nostalgia que éstas memorias producen -aunque no sean necesariamente suyas. Creo firmemente en que el tiempo es la metáfora de la muerte. Cada segundo que vivimos representa un grano de arena menos en el reloj. Tenemos la falsa idea de que vivimos, de que nos deslizamos; pero en realidad nos mata, nos erosiona; crea surcos en nuestros cuerpos, los hace desiertos Éste tiempo-vida que morimos a cada segundo; éste tiempo-muerte que desvivimos hundidos en nuestra realidad…
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Crítica de no sé qué

Inevitablemente llega el momento en el cual uno se queda irremediablemente solo. Existen dos caminos, el primero lleva por rumbos inciertos y oscuros, y después de mucho caminar entre selvas de reflexión, y esquivar -o a veces caer en-agujeros de tormentosos pensamientos, el camino llega a su fin cuando el caminante cae en la cuenta de que la distancia que ha recorrido hasta ese punto, lo lleva a un punto que no existe. De nada ha le servido caminar tanto, exponerse tanto, si al final el viajero se percata de que ha caminado en círculos; entonces, ¿Qué sucede con todas esas estructuras que sustentaban tan firmemente sus creencias, y por extensión, las de su grupo social? ¿De qué sirve el lenguaje, que es la madre de todas esas estructuras? ¿A caso se colapsa? y si se colapsa, ¿todo irremediablemente se colapsa con él? En dado caso, será necesario que el individuo se replantee su vida, asigne nuevos valores a cada aspecto de ella; pero… ¿cómo? El mero hecho de darse cuenta ya es el primer paso, pero aquí el individuo enfrenta otra bifurcación: reacciona ante la parálisis o se vuelve víctima-complice de ella, de esto me ocuparé más tarde.Por el otro lado, el individuo camina sobre un claro sendero que lo llevará de manera segura a el prototipo vigente de la vida en sociedad; tal sendero está cubierto por la luz de la ignorancia, peor aún, de la indiferencia. Anda por la vida diciendo que ama vivirla, sin embargo, eso no es amor, es ignorancia o indiferencia, es vivir al margen de la “realidad social” (pero la realidad social es, de igual forma, una ilusión que esconde el caos, no el inicial, que tenía un orden dentro de sí), es ignorar el entorno individual.
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