Crítica de no sé qué

Inevitablemente llega el momento en el cual uno se queda irremediablemente solo. Existen dos caminos, el primero lleva por rumbos inciertos y oscuros, y después de mucho caminar entre selvas de reflexión, y esquivar -o a veces caer en-agujeros de tormentosos pensamientos, el camino llega a su fin cuando el caminante cae en la cuenta de que la distancia que ha recorrido hasta ese punto, lo lleva a un punto que no existe. De nada ha le servido caminar tanto, exponerse tanto, si al final el viajero se percata de que ha caminado en círculos; entonces, ¿Qué sucede con todas esas estructuras que sustentaban tan firmemente sus creencias, y por extensión, las de su grupo social? ¿De qué sirve el lenguaje, que es la madre de todas esas estructuras? ¿A caso se colapsa? y si se colapsa, ¿todo irremediablemente se colapsa con él? En dado caso, será necesario que el individuo se replantee su vida, asigne nuevos valores a cada aspecto de ella; pero… ¿cómo? El mero hecho de darse cuenta ya es el primer paso, pero aquí el individuo enfrenta otra bifurcación: reacciona ante la parálisis o se vuelve víctima-complice de ella, de esto me ocuparé más tarde.Por el otro lado, el individuo camina sobre un claro sendero que lo llevará de manera segura a el prototipo vigente de la vida en sociedad; tal sendero está cubierto por la luz de la ignorancia, peor aún, de la indiferencia. Anda por la vida diciendo que ama vivirla, sin embargo, eso no es amor, es ignorancia o indiferencia, es vivir al margen de la “realidad social” (pero la realidad social es, de igual forma, una ilusión que esconde el caos, no el inicial, que tenía un orden dentro de sí), es ignorar el entorno individual.
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